Historia de una chaqueta

El siguiente post contiene una historia corta que escribí hace ya algunos años, que me gustaría compartir con todos vosotros.

Historia de una chaqueta

Tengo ya cuarenta años, soy una chaqueta de cuero negro con forro de algodón; abandonada en una caja de cartón olvidada en el desván.

El cuero de mamá era de la mejor calidad, mamá era una vaca argentina. Y el algodón de papá era algo extraordinario, papá era una planta de algodón de una plantación al sur de Bolivia.

Una vez estuve confeccionada me llevaron, junto a otras miles de prendas, a Europa. Con la esperanza de vendernos allí.

Ocho meses, ocho meses en manos de personas que se me probaban una y otra vez sin ningún respeto… hasta que un muchacho de unos quince años entró en la tienda acompañado de su madre y dijo sin pensárselo dos veces: “mamá, quiero esa”. Se refería a mí. Ni siquiera puedo describir la alegría que sentí en aquel momento, pero a punto estuve de saltar de la percha para lanzarme a sus brazos.

Los años que pasé junto a aquel chico fueron los más dichosos de mi vida, lo compartimos todo, sus ratos de alegría, sus momentos de tristeza, hasta un corte en la manga izquierda. Y ese corte significaba para ambos más de lo que se pueda pensar, su primera pelea; y encima había ganado.

El muchacho creció, pero seguimos juntos, hasta que… se enamoró. Desde entonces cada vez se me ponía menos.

Cuando se casó, me metió en la caja de cartón en la que “vivo” desde hace casi veinte años. Me dieron ganas de gritarle: “ingrato, después de todo lo que yo he hecho por ti; cuando bebiste tu primera cerveza, yo estaba allí; cuando te fumaste tu primer cigarrillo, yo estaba allí; cuando hiciste el amor por primera vez con una chica, yo estaba allí (tirada en una silla, pero estaba); cuando conociste a la que ahora es la madre de tus hijos, yo estaba allí. Y tú lo único que has hecho por esta vieja chaqueta es abandonarla en el desván”.

Y por eso lloro ya desde hace veinte años, mi dueño tiene ahora cincuenta y cinco años, y una nieta. Y yo sólo tengo una caja de cartón, una polilla que me ataca cuando estoy desprevenida y mis recuerdos de juventud.

Y lo peor es que cuando me deshaga, ya de vieja; nadie me echará de menos excepto la polilla, que también será vieja y tendrá hijos, y nietos. Y los llevará verme y dirá: ”esta fue una gran chaqueta, y una gran amiga. Siempre al servicio de su amo hasta que éste cruelmente la abandonó”.

Sí, la única que llorará mi muerte será la polilla, la única que ha sido una auténtica amiga durante los veinte años que he pasado en la caja de cartón del desván.

Sola, abandonada y maltratada por la vida. Moriré en el olvido, y llegará el momento en el que hasta la polilla me olvide y no me quede nada. Salvo mis recuerdos de juventud.

Yo ya cumplí mi función, pues al fin y al cabo, me hicieron para servir a un dueño sin esperar nada a cambio, pero le echo de menos; esta bien, sé que no volverá, me ha olvidado.

Y la chaqueta se deshizo en mil pedazos. Y cuando su dueño abrió al fin la caja para verla de nuevo, miles de diminutos trocitos de chaqueta echaron a volar con el viento a través de la ventana abierta, mientras susurraban: “GRACIAS”.

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